Desde las montañas de Soloy, en la comarca Ngäbe-Buglé, a casi 300 kilómetros de la ciudad capital, Aida Rodríguez y Dilma Girón gritan al mundo que sí se puede. Estas dos mujeres humildes, trabajadoras y con más ganas que comodidades, decidieron que sus hijos no heredarían la pobreza que a ellas les tocó vivir.
Ambas forman parte de las más de 41 mil mujeres panameñas que reciben el apoyo de la Red de Oportunidades del MIDES, pero no se han quedado sentadas. Han agarrado esa ayuda con fuerza y la han convertido en carreras universitarias, profesiones y sueños cumplidos para sus hijos.

Aida, de 47 años, es un torbellino de esfuerzo: modista, vendedora, buhonera, agricultora… lo que se necesite con tal de empujar a sus muchachos hacia el éxito. Gracias a su lucha, hoy su hijo Leonardo ya es maestro, Johana se forma como profesora de inglés, Edilma estudia para ser educadora, Dimerson quiere ser policía, William se prepara como biólogo, y las más chicas, Angélica y Erika, también van por buen camino en la escuela.
Dilma, de 51, teje sueños con sus manos. Literal. Hace chácaras, sombreros y vestidos con una precisión que parece sacada de quirófano. Gracias a ese arte heredado de sus padres, ha sostenido a su familia y les ha inculcado valores firmes. Sus hijas Edilma y Virgila ya están en la universidad, formándose en carreras educativas y de administración pública.
Ambas madres tienen claro que el mejor legado no son las tierras ni los reales, sino la educación. Por eso sembraron en sus hijos respeto, humildad y ganas de superarse. Y los frutos ya se están viendo.
“Mi mamá es mi mejor ejemplo”, dice Johana con orgullo. Edilma, por su parte, quiere ser maestra no solo por vocación, sino porque sabe que educar es la mejor forma de romper cadenas.
Magalis Araúz, del MIDES, explica que los casos de Aida y Dilma no son únicos. Más de 42 mil personas, en su mayoría mujeres, están cambiando su historia con este programa que garantiza salud y educación para familias que antes vivían al margen del desarrollo.
Hoy, estas dos madres nos enseñan que, aunque el camino sea duro, cuando una mamá decide que sus hijos van pa’lante… no hay monte que la detenga.




