La pizza es hoy un lenguaje universal. Desde Nueva York hasta Tokio, pasando por Panamá, todos hemos probado una rebanada de este manjar que enamora por igual a ricos y pobres. Sin embargo, la historia de su salto a la fama mundial se remonta a Nápoles, en 1889, gracias a un pizzero llamado Raffaele Esposito.

En aquella época, la pizza era comida popular de la calle, consumida principalmente por las clases humildes, obreros y pescadores. Se vendía en puestos ambulantes, hornos comunitarios y pequeñas tabernas. Incluso había vendedores que caminaban con bandejas cargadas de pizzas y las ofrecían en las calles.
Era tan accesible que se convirtió en el “plato del pueblo napolitano”
Mientras que la nobleza y la realeza lo miraban con cierto desdén… hasta que llegó el momento en que la reina Margherita de Saboya pidió probarlo en 1889. Fue entonces cuando Esposito recibió la misión de preparar una pizza para el Palacio Real de Capodimonte.
Consciente de la importancia del momento, Esposito creó tres versiones distintas. Una de ellas llevaba los colores de la bandera italiana, con el rojo del tomate, el blanco de la mozzarella de búfala y el verde de la albahaca fresca. La reina quedó encantada con aquel sabor simple pero patriótico.

El pizzero bautizó su creación como Pizza Margherita en honor a la soberana. La anécdota fue registrada en una carta de agradecimiento firmada por el jefe de cocina real, considerada hasta hoy como el “acta de nacimiento” de la pizza moderna.

En pleno 2025, cuando la pizza es un negocio de miles de millones de dólares en todo el mundo, vale la pena recordar que nació como un gesto humilde de identidad nacional. La creación de Esposito demostró que lo sencillo puede ser eterno, y que un plato callejero puede convertirse en un poderoso símbolo cultural y patrimonio de la humanidad. Buon appetito