Han pasado 108 años desde que el pelotón de fusilamiento acabó con la vida de Mata Hari, la mujer que fue acusada de espionaje por los franceses en plena Primera Guerra Mundial. Pero a estas alturas, los archivos desclasificados, la revisión histórica y las voces de expertos coinciden que Mata Hari fue más víctima que culpable.

Nacida en 1876 como Margaretha Geertruida Zelle, esta mujer holandesa sobrevivió a un matrimonio abusivo, la muerte de su hijo en Indonesia y una vida marcada por la pérdida. Reinventada en París como bailarina exótica, se convirtió en símbolo de sensualidad y misticismo. Su acto estaba lleno de adornos orientales, pero era puro teatro. Nadie se imaginaba que esa misma teatralidad la llevaría a la muerte.

Durante la Gran Guerra, Margaretha fue cortejada por oficiales de ambos bandos
Los franceses, en paranoia absoluta, la acusaron de filtrar información a Alemania. ¿La prueba? Un telegrama interceptado que ni siquiera confirmaba su nombre real.

No tenía formación en espionaje, ni acceso a secretos militares. Sin embargo, su fama, su estilo de vida libre y su nacionalidad neutral (Holanda no participó en la guerra) la convirtieron en blanco fácil.
El juicio fue una farsa
La condenaron sin evidencia y la presentaron como responsable de la muerte de 50,000 soldados, cifra que jamás se sustentó. Fue, en realidad, una ejecución política con forma de espectáculo.

Hoy, su historia no se estudia solo como la de una “espía”, sino como la de una mujer que pagó con su vida por romper los esquemas de su época, tan intensa y extremadamente peligrosa.