Panamá, puente entre océanos y corazón del comercio global, ocupa un lugar único en el tablero geopolítico. Su posición estratégica, su economía dinámica y su emblemático Canal la convierten en un punto de interés para las grandes potencias. Sin embargo, este protagonismo conlleva desafíos complejos: cómo mantener la soberanía frente a intereses externos y cómo navegar acuerdos internacionales sin ceder ante presiones.
La soberanía del Canal: mitos y realidades
El Canal de Panamá, símbolo de identidad nacional y motor económico, es administrado exclusivamente por panameños desde 1999. Este hecho, respaldado por tratados internacionales, es una verdad incuestionable. Sin embargo, persisten narrativas distorsionadas, especialmente desde sectores estadounidenses, que sugieren una supuesta “toma” del Canal por parte de China. Estas afirmaciones carecen de fundamento: ni China gestiona la vía interoceánica, ni tiene capacidad para imponerse militar o políticamente sobre Panamá.
El origen de esta percepción errónea podría radicar en la creciente presencia económica china en la región, incluidos proyectos de infraestructura en Panamá. No obstante, confundir inversión con control es un error estratégico. La administración del Canal sigue siendo un ejercicio soberano, blindado por marcos legales claros.
El Tratado de Neutralidad: un equilibrio delicado
La relación con Estados Unidos está parcialmente definida por el Tratado de Neutralidad, vigente desde el año 2000. Este acuerdo, en sus artículos IV y V, establece dos pilares clave:
1. Cooperación bilateral: Estados Unidos y Panamá deben actuar de manera conjunta para garantizar la neutralidad y seguridad del Canal.
2. Soberanía panameña: Solo Panamá tiene autoridad operativa y presencia permanente en la zona del Canal, además del derecho exclusivo a defenderlo.
Aquí surge una paradoja: aunque el tratado reafirma el control panameño, también revela una limitación crítica. Panamá carece de capacidad militar autónoma para proteger el Canal ante amenazas externas de gran escala. Es en este vacío donde Estados Unidos retiene un rol de “garante” de la neutralidad, bajo el argumento de interés global.
¿Qué hacer frente a este escenario?
La respuesta no está en el nacionalismo emocional ni en la confrontación, sino en la inteligencia estratégica. El Tratado de Neutralidad, aunque imperfecto, ofrece un blindaje legal contra pretensiones de permanencia estadounidense o injerencias de terceros países. Renegociarlo implicaría riesgos imprevisibles en un contexto de competencia entre potencias.
Panamá debe:
1. Mantenerse firme en el cumplimiento del tratado vigente, evitando fisuras que permitan interpretaciones expansivas de otros actores.
2. Fortalecer su capacidad diplomática y técnica, asegurando que la administración del Canal mantenga estándares de excelencia y transparencia.
3. Invertir en defensa y seguridad regional, en coordinación con aliados, para reducir dependencias históricas.
Patriotismo racional, no retórica
El desafío de Panamá no es solo proteger su soberanía, sino hacerlo con pragmatismo. La retórica inflamada de líderes que buscan protagonismo fácil puede nublar el juicio colectivo. En un mundo donde el Canal sigue siendo un botín geopolítico codiciado, la verdadera defensa está en la cohesión institucional, el apego al derecho internacional y la audacia para convertir limitaciones en oportunidades.
Panamá no necesita elegir entre potencias; necesita recordar que su mayor fortaleza es, y siempre será, su capacidad para ser un puente de diálogo, nunca un peón en juegos ajenos. La soberanía se defiende con astucia, no solo con banderas.